La vida y obra de Jacques-Louis David (1748 – 1825), el más prominente exponente de la pintura neoclásica, asemeja tan lejana a nuestra vida cotidiana que es fácil de juzgar como algo de interés exclusivo de los estudiosos y curadores de museos, una cuestión estrictamente restringida al ámbito de lo académico. La atmósfera intelectual contemporánea favorece una visión que toma a la obra de David solo en calidad de un lastre pesado y viejo, tanto como puede serlo cualquier otro pintor clásico, siendo esto un dogma de nuestros tiempos. De tal manera, un artículo sobre David parece fuera de lugar al momento de debatir la cultura y vida contemporánea, pero al escribir estas líneas espero demostrar lo contrario.
La pintura de Jacques-Louis David surgió y se forjó en las tempestades de la decadencia de la monarquía absoluta, la revolución francesa (1789) y el régimen napoleónico, su obra pictórica estuvo ligada a una vida intensa y comprometida. Su aprendizaje pictórico se dio en los tiempos de esplendor de la pintura rococó, con sus colores pasteles, sus formas amaneradas que retrataban la frivolidad de los aristócratas de la corte del rey, ejemplo de aquello es la famosa pintura “El columpio” (1766) de Jean-Honoré Fragonard que condensa esa banalidad característica de la vida íntima de la aristocracia. David es contrario a la corriente predominante de su tiempo, da la espalda a la colorida vida cortesana y vuelve su mirada a las sobrias formas de la antigüedad griega y romana.
Jean-Honoré Fragonard «El Columpio» (1766)
En contraposición a la frivolidad de la corte francesa surgía la Ilustración, el pensamiento de Diderot, Rousseau, Montesquieu, Holbach ayudaba a conformar el ideal de un mundo nuevo que reemplazaría al Ancien Régime. Johann Winckelmann en su “Historia del arte en la Antigüedad” elaboraría este nuevo ideal en el campo del arte, un ideal de belleza que para Winckelmann, en consonancia con las tendencias Ilustradas, se basaba en un culto a lo antiguo, el arte de la Antigua Grecia venía a ser la medida de todo lo bello, y los dioses griegos plasmados en piedra eran la encarnación de las virtudes humanas e imagen de la razón divina. Esta concepción del arte deja atrás el viejo concepto de belleza como placer sensorial, a juicio del pensador soviético Mijaíl Lifschitz con Winckelmann “se introducen en la historia del arte los principios del dominio de lo general, la belleza típica sobre la expresión, la idea sobre el placer sensorial, el dibujo sobre el color, la forma sobre la belleza” 1. Jacques-Louis David no es ajeno a los dilemas de su época, se declara partidario de los ideales de la Ilustración rebelándose contra la insustancialidad de la vida aristocrática y la degeneración moral del viejo régimen; la antigüedad griega es el modelo de sociedad, de individuo y de virtud, por eso David diría sobre sus propias obras: “Yo veo que mis obras portan el carácter de la antigüedad, a un punto que, si un ateniense volviese a la vida le parecería que fueron pintadas por un griego”2.
Jacques-Louis David «El juramento de los Horacios» (1785), debe tenerse en cuenta que el saludo romano no poseía las connotaciones políticas que adquirió en el siglo XX.
La pintura “El Juramento de los Horacios” (1785), plasma la concepción de sobriedad y supremacía de “la idea sobre el placer sensorial”, la perspectiva y la cromática opaca del fondo sirve para resaltar a los personajes. David deja en un segundo plano el ambiente de la acción, lo principal son los personajes, figuras rígidas que transmiten un estricto mensaje de virtud cívica. Contrario al frívolo columpio de Jean-Honoré Fragonard en “El juramento de los Horacios” el ideal es la virtud cívica, que se impone a las conveniencias e incluso a los afectos personales, la imagen creada por David es trágica, pero es una tragedia producto de una virtud que el pintor elogia.
“La historia se toma de Livio. Estamos en la época de guerras entre Roma y Alba, en 669 a.C. Se ha decidido que la disputa entre las dos ciudades debe resolverse mediante una forma de combate inusual por dos grupos de tres campeones cada uno. Los dos grupos son los tres hermanos Horacio y los tres Curiacios. El drama radica en el hecho de que una de las hermanas de los Curiacios, Sabina, está casada con uno de los Horacios, mientras que una de las hermanas de los Horacios, Camila, está prometida a uno de los Curiacios. A pesar de los lazos entre las dos familias, el padre Horacio exhorta a sus hijos a luchar contra los Curiacios, y ellos obedecen, a pesar de los lamentos de las mujeres.” 3
Al estallar la revolución, David se une a la causa jacobina y mantiene una relación cercana con Robespierre, Marat y Saint-Just. Al ser asesinado Marat, el pintor le rinde homenaje en “La muerte de Marat” (1793). La figura del revolucionario es mucho menos rígida de lo que son los personajes de “El Juramento de los Horacios”, Marat es retratado inspirándose en elementos de las pinturas renacentistas sobre la muerte de Cristo, en cierto sentido Marat es un nuevo Cristo pero no es un mesías divino, sino un ser humano, digno de admiración verdad, pero humano en última instancia. “La muerte de Marat” retoma el tema de la virtud, esta vez en la figura del mártir que luchó y murió por un nuevo mundo, pero es importante dejar sentado que la virtud a la que David aspira es terrenal, no requiere de religión, Iglesia o sermón, surge de la vida misma y no de principios sobrenaturales.
Jacques-Louis David «La muerte de Marat» (1793)
Lifschitz, ya citado antes, escribía que el ideal humanista de Winckelmann de “simple nobleza y calmada grandeza esconde en sí la evolución al espíritu frío y jerárquico del siglo XIX”4, los retratos descoloridos, sin carácter y de belleza abstracta que inmortalizaban a figuras de poder. En David ya se hace evidente esta contradicción en sus pinturas del período napoleónico. Perseguido durante la reacción del Thermidor, el pintor ve en el joven militar una personalidad férrea capaz de realizar los ideales de la revolución. En “Napoleón cruzando los Alpes” (1801), a diferencia de en otros retratos realizados por David, se nota una fuerte idealización del sujeto retratado sin que esto deje de evocar a la antigüedad griega.
Jacques-Louis David «Napoleón cruzando los Alpes» (1801)
Para la comprensión de este giro resulta útil el citar las palabras del filósofo Evald Iliénkov: “La bandera tricolor del ideal escapó de sus manos al directorio, quien también resultó débil para sostenerla en lo alto. Entonces, la atrapó el oficial de artillería Napoleón Bonaparte. Alto elevó él la ondeante bandera y condujo al pueblo tras ella al estruendo y el humo de las batallas… Y una bella mañana los hombres vieron con asombro que bajo la capa del oficial revolucionario se ocultaba un viejo conocido –el monarca. Vieron que, andando bajo redoble de tambor medio mundo, regresaron allá desde donde salieron en 1789, vieron que de nuevo, como antes, rodeaban la corte del emperador Napoleón I rapaces burócratas, funcionarios, popes mentirosos y damas libertinas a los que, de nuevo, hay que entregarles el último céntimo, el último pedazo de pan, el último hijo.” 5 El ideal de lo bello que fustigó tan duramente la corrupción de la corte de Luis XVI, no pudo más que demostrar impotencia ante las intrigas de la corte napoleónica, las concepciones del neoclasicismo demostraron su carácter abstracto y a-histórico, todas sus debilidades se hicieron evidentes: “la representación sobre una belleza media típica capaz de subordinar toda la diversidad de las situaciones de la vida, el ideal de armonía formal y la contraposición abstracta de belleza y fealdad”6.
¿A qué viene todo esto? ¿Qué tiene esto de relevante para nosotros en el siglo XXI? Tiene importancia… La vacuidad de la frivolidad cotidiana no nos ha abandonado, continua presente y tal vez con más fuerza que a finales del siglo XVIII, a este fenómeno se le da muchas explicaciones, unos la deducen como consecuencia inevitable de la sociedad de masas, otros ven como culpable a la kulturindustrie, sin nombrar otras tantas teorías. Curiosamente las miradas críticas que alzan su voz contra la banalidad del siglo XXI caen con frecuencia en el cinismo, la tentación de ver a las manifestaciones de la decadencia contemporánea como rasgos inherentes a la naturaleza humana es la puerta que lleva a hacer las paces con esta misma decadencia a través de una actitud que mira con sonrisa burlona la realidad. Es probable que la convicción en el ideal de belleza que Jacques-Louis David defendió y pintó solo produzca una reacción de escepticismo y se mire con cierto desprecio, para de inmediato volver a la intrascendencia de la cotidianidad, tal forma de proceder no es más que una falsa forma de pensamiento crítico. Al ideal de armonía formal del neoclasicismo de David bien se le puede hacer la observación de que la realidad nunca se nos presenta en forma de armonía pura, que semejante ideal solo encubre las llagas de las contradicciones de la realidad social, este argumento no carece de razón, pero el camino a la crítica verdadera de los vicios de la sociedad moderna no pasa por la llana negación de todo ideal de belleza o su denuncia como una simple forma de falseamiento de la realidad, la crítica también debe nutrirse de los ideales positivos de belleza propuestos por los humanistas del siglo XVIII pues el ideal, el “deber ser”, es una fuente indispensable de la cual beber en la búsqueda de aquellos caminos que llevarán a sanar las lacerantes llagas sociales del mundo de hoy. En la obra de David, tanto en su búsqueda de dar forma de imagen sensible a la moralidad, virtud y civismo, como en sus retratos en los que tras el ideal neoclásico se deja sentir un espíritu frío y jerárquico típico de un ideal puramente formal, encontramos elementos que nos permiten reflexionar sobre la manera de superar tanto la intrascendencia de la frivolidad cotidiana, como la falsa postura crítica del cinismo.
1. Мих. Лифшиц, “ИОГАНН ИОАХИМ ВИНКЕЛЬМАН И ТРИ ЭПОХИ БУРЖУАЗНОГО МИРОВОЗЗРЕНИЯ”, Собрание сочинений в трех томах. Том II. Москва, «Изобразительное искусство»,1986, С. 57 – 113.
2. Vie de David (1826), A. Th. (Thomé ou Thibaudeau), éd. Imprimerie J. Tastu, 1826, p. 13
3. es.wikipedia.org/wiki/Juramento_de_los_Horacios
4. Мих. Лифшиц, “ИОГАНН ИОАХИМ ВИНКЕЛЬМАН И ТРИ ЭПОХИ БУРЖУАЗНОГО МИРОВОЗЗРЕНИЯ”, Собрание сочинений в трех томах. Том II. Москва, «Изобразительное искусство»,1986, С. 57 – 113.
5. Evald Iliénkov, “De ídolos e ideales”.
6. Мих. Лифшиц, “ИОГАНН ИОАХИМ ВИНКЕЛЬМАН И ТРИ ЭПОХИ БУРЖУАЗНОГО МИРОВОЗЗРЕНИЯ”, Собрание сочинений в трех томах. Том II. Москва, «Изобразительное искусство»,1986, С. 57 – 113.